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¡Bravo Pavo¡ – Frank «El Pavo» Hernández (2000)

El timbal es un instrumento que siempre ha estado cercano a mis afectos, quizá donde me siento más a mis anchas, más alegre y festivo. Lo disfruto mucho y trato de aprender de cada timbalero que veo. Siento que me falta mucho para alcanzar el nivel que quisiera, pero no he desistido. Sigo aprendiendo, paso a paso, a mi ritmo. Siempre he dicho que mis tres grandes referencias a la hora de ejecutar el timbal provienen de tres figuras fundamentales en el instrumento: Tito Puente, Manny Oquendo y, el nuestro, Francisco Hernández Valarino, mejor conocido y reconocido como El Pavo Frank.

Cuando veía al Pavo Frank ejecutar la batería haciendo Onda Nueva o Jazz era ya una cosa fabulosa, con mucha energía y dominio del instrumento, la maestría en el ritmo destilada en tantos años de recorrido musical. Sin embargo, cuando lo veía ejecutar el timbal era un espectáculo aparte, un verdadero maestro del instrumento, siempre con ejecuciones de alto nivel, pulcras, con mucha sabiduría y una cuota de sabor que siempre sobrepasaba cualquier expectativa. Un par de muestras de todo esto son los discos Latinos de Etiqueta y Bravo Pavo, siendo este último el que hoy es protagonista de estas líneas.

Cuando este disco salió a la venta en el año 2000 se convirtió en uno de mis favoritos. Ya desde hace unos cuantos años había seguido la carrera del nativo de Villa de Cura y conocía de su llegada a Caracas a los 12 años de edad, de su participación en las orquestas de Aldemaro Romero, Willy Pérez, Chucho Sanoja, Habana Cuban Boys, Pedro José Belisario y Luis Alfonso Larraín, entre otras agrupaciones. Pero no eran solo esos los pergaminos del maestro Hernandez. Alrededor de 1958 viajó a Nueva York con el fin de ampliar sus conocimientos musicales y probarse en la gran manzana. Bajo la tutela de Henry Adler hizo estudios avanzados de batería paralelamente a tu trabajo con algunas orquestas lo llearían a dar el salto a tocar con figuras como Randy Carlos, Tito Puente, José Fajardo, Pérez Prado y Mongo Santamaría. El Pavo estaba en el cénit de la música latina por mérito y derecho propio. Luego, de nuevo en Venezuela, el Pavo formaría parte de la Orquesta de planta de CVTV, así como su gran aporte la creación del patrón rítmico para batería de la Onda Nueva, junto a su compadre y amigo Aldemaro Romero.

Este disco nos muestra a Hérnandez en los terrenos del Latin Jazz, nutrido de su experiencia tanto con grandes figuras de la música como con su propia orquesta. ¡Bravo Pavo! es un ejemplo de cómo se lidera una orquesta teniendo al timbal como protagonista. Un disco con arreglos interesantes y coloridos, sólidos y cargados de sabor que permiten que cada integrante de la agrupación tenga espacio para mostrarse, así como la presencia de los imprescindibles solos de timbal con mucha maestría, pulcritud, solidez, sabor y respeto por el instrumento, elementos que siempre caracterizaron al Pavo Frank en cada una de sus intervenciones.

¡Bravo Pavo! es una verdadera cátedra del Latin Jazz, un disco alegre, festivo, de esas producciones donde uno quisiera haber participado. Y sí, una de mis fuentes de inspiración así como para muchos colegas que hemos encontrado en el timbal una ruta a seguir. Este disco siempre me acompaña, es parte vital de los senderos que transito, es fuente de inspiración. Es un disco al cual acudo con mucha frecuencia donde siempre hallo luces que me indiquen el camino a la hora de tomar las baquetas y enfrentarme al timbal.

Seguimos en clave.

DISCOS

Metiendo Mano! – Willie Colon Presents Ruben Blades (1977)

Hace unos días estaba caminando por el centro de Valencia, Venezuela. Aunque la ciudad ha cambiado mucho, el bullicio sigue siendo protagonista del día. Muchas personas transitan las aceras para ir al trabajo, hacer algún trámite o realizar la faena diaria. Yo seguía caminando, haciendo un par de diligencias en el centro. Mientras pasaba por la esquina de la Av. Díaz Moreno con la calle Independencia, veía hacia el edificio donde residieron mis abuelos durante unos cuantos años. Me detuve a observar y a tratar de hacer un par de fotos. Rapidamente, la memoria hizo de las suyas con mucha más rapidez de lo acostumbrado y vino a mi mente el recuerdo de un episodio que marcó mi amor por la salsa.

Era una tarde del año 1977 en mi ciudad natal. No preciso el mes, mi memoria no llega a ser prodigiosa e infalible. Creo que fue un día viernes o sábado. Estaba sentado en el balcón del apartamento de mis abuelos en el centro de Valencia. Allí , después de hacer las tareas, pasaba las tardes leyendo o escuchando música, bien fuese en mi tocadiscos Sanyo o en un pequeño radio de transistores. En aquel entonces, pese a que había también una suerte de invasión de la música disco, yo me inclinaba más hacia la salsa. A pesar de mi corta edad, me identificaba más con las canciones que sonaban en la radio, de modo que disfrutaba un mundo escuchando a Ismael Rivera, Ray Barretto o a La Dimensión Latina, por nombrar solo algunos exponentes del género. Así, cada mes compraba uno o dos discos de salsa y veía a esos artistas en los programas maratónicos que se transmitían los sábados. Así era la cosa en los tiempo que ni siquiera sonábamos con cosas parecidas a internet.

Sin embargo,ese año empezó a sonar en las emisoras una canción cuyo coro rezaba

Camilo Manrique falleció, plantacion adentro camará

y que los locutores de la época la presentaban como Plantación adentro interpretada por Willie Colón y Rubén Blades. Bien, de tanto escuchar a esa dupla que hacía una salsa diferente, le dije con mucha insistencia a mi abuela que fuésemos a la discotienda que quedaba en la planta baja del edificio a comprar ese disco. Efectivamente, el disco estaba allí, y en cuya carátula aparecía Rubén Blades vestido de boxeador y Willie Colón haciendo las veces de entrenador levantando la mano enguantada de Blades. Tanto le insistí a mi abuela que tomó el disco, lo pagó y me lo dió. Sí, mi abuela siempre fue cómplice y partícipe de mi amor por la música y la lectura. Regresamos al apartamento y me fui directo a mi viejo tocadiscos y puse a sonar el disco. Recuerdo que si bien me gustaba mucho todo el disco, hubo una canción que me sirvió como detonante de la reflexión: Pablo Pueblo. Esa canción la sonaba una y otra vez, y hasta le dije a mi abuela que ese cantante decía cosas que los demás no llegaban a decir. Mi abuela me veía y sonreía mientras me decía que yo estaba aun muy pequeño para andar pensando en esas cosas. Pero nada, no dejaba de pensar en la reflexión que ese tema comenzaba a hacer en mi pensamiento, lo cual fue el punto de partida para seguir los trabajos posteriores de Rubén Blades.

Metiendo mano! es un disco que me ha acompañado desde entonces. Es un disco muy solido donde el Caribe se muestra amplio, abierto, pero también reflexivo y con la denuncia presente. Previamente, Blades venía de pasar un tiempo en la orquesta de Ray Barretto, participando en los discos Barreto (1975) y Tomorrow Barreto Live (1976), aunque también grabó el tema El Cazanguero en el disco The Good, The Bad, The Ugly de Willie Colón con Héctor Lavoe y Yomo Toro. Además, ya Blades se había mostrado como un solvente compositor para artistas como Richie Ray, Ismael Miranda y el propio Ray Barretto, entre otros.

Para este disco, Blades aportó 4 temas de su autoría: Pabo Pueblo, La Maleta, Fue Varón y Pueblo, donde ya el panameño nos mostraba lo que sería una línea dentro de sus composiciones: La denuncia social, la vida del barrio así como las realidades y lo cotidiano de la vida de cualquier habitante del gran Caribe. Cada historia hecha canción podía ubicarse perfectamente en cualquier barrio o esquina de latinoamérica. El disco presentaba temas como Según el color de Félix Hernandez, La Mora de Eliseo Grenet, el bolero Me recordarás de Frank Domínguez, Lluvia de tu cielo de Johnny Ortíz y el gran éxito del disco como lo fue Plantación adentro de Tite Curet Alonso.

Sin embargo, la música también ofrece un gran peso específico en esta producción. Siempre he pensado que Willie Colón es un gran músico, productor y arreglista que supo formar una orquesta capaz de aportar el sonido necesario para realzar cualquier producción, para muestra están los discos que realizó junto a Héctor Lavoe, pero eso es tema para otro texto. En este disco Colón aportó su sello desde el trombón,arreglos y dirección musical, liderando una orquesta donde destacaban los nombres de Milton Cardona, José Mangual Jr, Salvador Cuevas, José «Professor» Torres, Nicky Marrero, Lewis Kahn, Leopoldo Pineda, Yomo Toro y Angel «Papo» Vasquez, entre otros. Una orquesta sólida, con todo el peso y sabor necesario para que la voz y las letras de Blades pudiesen encontrar seguro asidero.

Es un disco que me acompaña desde ese entonces, que aun lo considero vigente, importante, y ha marcado el punto de partida de mi gran admiración y respeto por Rubén Blades, a quien considero un artista fundamental del Caribe por derecho y mérito propio. Y así, luego de revivir los hechos casi en el lugar de los acontecimientos, muchos recuerdos volvían a aparecer, y recordaba cada vez que veía a un Pablo Pueblo regresando a su casa, aquel hijo del grito y la calle que salía a buscarse la vida. De esta forma yo recordaba las horas escuchando la salsa que siento como propia y que me ha dado tantas cosas buenas, y la dulce sonrisa de mi abuela invitándome a seguir adelante y a nunca dejar de creer en lo que hago. Solo pido tener suficiente talento y salud para poder tocar con Rubén Blades algún día, o tener la oportunidad de entrevistarlo.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

DISCOS

Yordano (1984)

Para ponernos en contexto: 1984 es el título de la famosa novela de George Orwell y es también 1984 el año en el que recibí mi título de Bachiller en Ciencias. También fue un año olímpico, ya que en la ciudad de Los Angeles, Estados Unidos, se celebraron los Juegos de la XXIII Olimpiada, donde el nadador venezolano Rafael Vidal se hizo acreedor de la medalla de bronce al arribar tercero en la final de 200 metros estilo mariposa. Por otra parte, Francia derrotaba a España 2-0 en la final de la Eurocopa de futbol y Niki Lauda se proclamaba Campeón de la Formula Uno. Fue también un año de muchos lanzamientos musicales: Dire Straits lanzaba su famoso álbum Alchemy, Rubén Blades nos ofrecía Buscando Amèrica, entre tantos otros discos que salieron a la venta en ese año. Sin embargo, lo que hoy me motiva a escribir provino de mi país natal, Venezuela.

Al culminar mis estudios de bachillerato en ese año, en casa decidimos que, mientras esperaba entrar a la Universidad o al Tecnológico, era bueno estudiar y mejorar mi nivel de inglés, de modo que mis pasos fueron a dar al Laboratorio de Idiomas de la Universidad de Carabobo. Fue un tiempo que recuerdo con mucha gratitud ya que me permitió mejorar mis conocimientos de inglés, así como conocer nuevos amigos. Y, además, gracias al intercambio de regalos que se hizo en el salón durante el fin de año, recibí como obsequio de parte de una guapísima compañera de estudios un disco que estaba en mi lista de pendientes: El disco de Yordano que estaba saliendo ese año.

Ese disco era un furor en la época, sus canciones sonaban en la radio y la música era sencillamente maravillosa, los arreglos cargados de buen gusto y creatividad, las letras con el fino verbo urbano que Yordano le imprimió a cada canción, en fin, un disco extraordinario. Por otro lado, el sonido de este disco era muy semejante a la Venezuela de aquel entonces: Multicultural, con la convergencia de razas que hacíen morada acá, donde el rock tenia presencia pero también permitía el paso a diversas tendencias provenientes del caribe, del jazz, blues y de otros géneros provenientes de lugares mas lejanos. Si bien ya Yordano había grabado en 1982 su primer trabajo como solista titulado Negocios son negocios, este disco de 1984 fue el que realmente puso a Giordano Di Marzo Migani – nombre de pila de Yordano – en el gusto y en la cima de la popularidad en Venezuela, todo esto sin sacrificar la calidad, la estética plasmada en letras y sonidos y la osadía presentes en esta producción musical. Para este disco, Yordano contó con el respaldo de La Sección Rítmica de Caracas, una extraordinaria banda conformada por Lorenzo Barriendos en el bajo, Willie Croes en los teclados, Eddy Pérez en las guitarras, Carlos «Nené» Quinero en la percusión y Ezequiel Serrano en los saxofones, flauta, arreglos, dirección musical y el genio que puso un listón muy alto con la producción de este disco. La Sección Rítmica de Caracas fue, sin dudas, una banda irrepetible, que a muchos de nosotros nos influenció para tomar la senda musical. Y mas allá de eso, la presencia de invitados especiales como Ilan Chester, Rafael Rey, Ana Valencia y Guillermo Carrasco, entre otros.

Acudo a este disco con bastante frecuencia, de alguna manera esta música me señaló un camino hacia la vanguardia, hacia la incesante búsqueda de la excelencia, hacia una forma de hacer música que formó parte de un importante y determinante movimiento musical en Venezuela en la década de los 80, lo cual mostró un gran caudal de talento, de creatividad y de excelente música en estilos diversos, pero con el sello venezolano en cada compás.

Toda esta música se fue alojando en el morral donde viajan mis sueños y recuerdos y aun permanece conmigo de manera inalterable. Muchas de estas canciones tienen su asiento en la banda sonora de mis pasos y, sin lugar a dudas, es uno de los mejores discos hechos en Venezuela. Desde su aparición en 1984 forma parte de mis discos favoritos. Y sí, aun recuerdo ese intercambio de regalos y el beso – o los besos en aquel lugar secreto- de aquella guapa mujer que me regalo el disco.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

DISCOS, Latin Jazz

Rumba a la Patato – Marlon Simon & Nagual Spirits (1999)

La seriedad con la que encaro mis proyectos profesionales y artísticos es algo que me caracteriza. Y los programas de radio que he realizado desde 1997 no escapan a ello. Todo esto no quiere decir que no disfrute lo que hago, al contrario, me gozo cada programa como si se tratase del último, y eso no va a cambiar. Cada programa de radio que produzco representa un reto, una responsabilidad, una oportunidad de comunicarme con mucha gente y mostrar el jazz que se hace dentro y fuera de nuestras fronteras. Y lo que siempre ha sido – y sigue siendo – un punto de honor en mi carrera radial: Promover la música hecha por venezolanos.

Como cada programa, la tarea más complicada y grata es hacer la selección musical. Hay que evitar la repetición, hay que procurar la calidad, el buen gusto, hacer un balance entre la tradición y la vanguardia, los consagrados y los emergentes. Siempre ha sido complicado escoger entre tanto material discográfico. A pesar de ser una tarea complicada, tiene mucho disfrute el trabajo investigativo, así como cuando logras armar una pauta musical coherente y que el oyente pueda disfrutar. En mi caso, el trabajo de producción siempre ha sido arduo, requiriendo unas cuatro horas de producción por cada hora al aire. No dejo nada a la casualidad ya que no creo en ella, tampoco dejo espacio al azar.

Era una noche de radio en el año 2000, y traía conmigo un disco recién comprado y que me había gustado mucho: Rumba a la Patato de Marlon Simon & Nagual Spirits. Nativo de Punto Fijo, estado Falcón, Venezuela, Marlon Simon había hecho estudios musicales en los Estados Unidos, concretamente en la University of the Arts en Filadelfia, así como en la New School for Social Research en Nueva York y había cosechado una importante trayectoria en el mundo del Jazz como baterista y percusionista junto a leyendas como  Hilton Ruiz, Dave Valentin, Jerry González, Chucho Valdés y Bobby Watson, entre otros grandes nombres del Jazz. Este disco Rumba a la Patato era la segunda producción de Marlon Simon, ya que anteriormente había grabado The Music of Marlon Simon. Bien, este disco nos muestra música de alto nivel y buen gusto, un manojo de composiciones que cuentan historias que nos hablan del mestizaje llevado a cabo entre el Jazz y la música de este lado del planeta, arreglos muy bien elaborados y una ejecución desde el corazón, sin artificios, con verdadero arte, Latin Jazz auténtico, genuino. Si bien su disco The Music of Marlon Simon me había gustado y era un disco muy bien logrado, consideraba que Rumba a la Patato estaba en un nivel superior, tanto en el concepto musical como en el desarrollo de ideas musicales aquí plasmadas. Una música que me invitaba a descubrir el nagual, esa parte mágica de la experiencia humana, la parte espiritual que no puede ser explicada por los pensamientos locales de la vida cotidiana. En fin, uno de esos discos que habla por sí mismo. En Rumba a la Patato, Marlon Simon contó con la participación de sus hermanos Edward Simon en el piano y Michael Simon en la trompeta. Además, el lujo tener como invitados a Andy González, Brian Lynch, Peter Brainin, Bobby Watson, Luis Perdomo y Roberto Quintero.

Así las cosas, cuando apenas escuchábamos la segunda pieza del disco, sonó el teléfono de la cabina de la emisora. Mi compadre y gran operador de audio José Luis Caripá tomó la llamada y me dice que alguien quiere hablar conmigo. Tomé el teléfono y una voz seria me dice «Buenas noches, Fósforo, Muchas gracias por sonar mi música«. Quedé un tanto sorprendido, por lo cual pregunté inmediatamente quién estaba al otro lado del teléfono, y la respuesta fue «Te habla Marlon Simon. ¿Dónde queda esa emisora?» Mayúscula sorpresa. No salía de mi incredulidad y de mi asombro. ¿Marlon Simon en Valencia? ¿Pero si en el disco decía que estaba radicado en lo alrededores de Nueva York? Luego de un par de comentarios más, le di la dirección de la emisora. Al cabo de unos diez minutos, llegò Marlon Simon a los estudios de a radio. Fue una grata coincidencia que él estuviese en esos días de visita familiar en Valencia, y no desperdicié la oportunidad para conversar con el protagonista sobre Rumba a la Patato así como otros aspectos referentes a su carrera.

Desde ese entonces, Rumba a la Patato es un disco que va conmigo siempre y representa una fuente de inspiración para seguir adelante en el camino del jazz, una producción que se ha convertido en una suerte de manual para transitar por los infinitos caminos de la música y que siempre está presente en mis producciones radiales. Un disco sólido, sin fisuras ni desperdicio. Sin dudas, Rumba a la Patato es un clásico del Latin Jazz.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Barretto (1975)

La vieja casona de mis tías en el centro de Valencia era una especie de Palladium Ballroom en mi imaginación. En el patio de la casa estaba un cajón de madera para poner la ropa sucia, al lado una lavadora y, un poco más allá, una vieja mesa de madera, un tanto destartalada y deteriorada por el tic tac irreversible, la cual servía para ocupar espacio y para colocar mi pequeño y funcional tocadiscos y unos cuantos discos de acetato. Era la época dorada de la Salsa y mucha gente se contagiaba con el ritmo y tantas grabaciones que surgían, y yo no era la excepción. Jugaba a ser el gran cantante del momento o el músico capaz de levantar de sus asientos al público cuando la descarga estaba en el climax, rugiendo como los trombones de La Perfecta de Eddie Palmieri, o repartiendo golpes sobre el cajón de la ropa, imitando a aquel hombre de altura y corpulencia considerable, de gruesos lentes correctivos, de cálida sonrisa y personalidad que se sentaba con sus tumbadoras al frente de la orquesta, indestructible. Allí, presente en el escenario de mi imaginación estaba Ray Barretto descargando e invitándome a participar en la descarga, golpeando el tambor con sus manos duras, mostrándome la solidez y la fuerza de su orquesta, pero permitiéndome ser parte del show que solo yo podía presenciar. Desde la cocina era observado por mi Mamá y mis tías quienes exclamaban «¡Te vas a volver loco, muchacho, de tanto golpear ese cajón de la ropa sucia!», lo cual me importaba poco, más bien nada, ya que dentro de ese mundo de fantasía estaba viviendo la cara más interna y sensible de la música.

En una de esas tardes, quizá a principios de mes, ya había reunido algo de dinero gracias a la mesada que mi Abuelo gentilmente me obsequiaba y a lo que guardaba de la merienda del colegio, de manera que era el momento de ir a comprar ún disco de Salsa. Y así fue, caminé unas cuatro cuadras hasta Foto Estudio Lux, un local en el centro de Valencia que era un estudio fotográfico y vendían discos. Sí, y siempre tenían buenos discos de Salsa. Bien, al llegar a la tienda revisé de cada una de las secciones musicales (cosa que siempre hago cada vez que compro un disco). Y allí ante mis ojos apareció el disco que estaba buscando, el famoso disco de Barretto y las tumbadoras rojas, donde el Manos Duras nos mostraba su propuesta cargada de fuerza y poder, aderezada con todo el sabor necesario para que el bailador también pueda mostrar lo que disfruta hacer. Pagué y me regresé a casa a seguir vacilando en el viejo tocadiscos, disfrutando temas como Guararé, Vale más un guaguancó, Ban Ban Quere o El Presupuesto, entre otros. Desde ese entonces esa música me acompaña y acudo a ella cada vez que sea necesario, ya que la rumba sigue viviendo en cada paso que doy. Este es un disco para tenerlo a la mano siempre, para gozar con la vocalización de Tito Gómez y Rubén Blades en los temas escogidos, para sudar bailando sin parar, con un sonido distintivo y efectivo, cargado de buenos arreglos y de inconfundible ritmo del maestro Ray Barretto. De los mejores discos producidos en pleno «boom» de la salsa brava. Imprescindible.

Aun siguen vivas esas descargas en mi memoria. Y aunque han pasado tantos años y el viejo tocadiscos ya no está, no he olvidado de donde vengo, lo cual me ha ayudado a saber hacia donde iré.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Asia (1982)

Papá nunca se imaginó lo que vendría luego de regalarme aquel LP en la desaparecida tienda por departamentos Sears de Valencia. Recuerdo perfectamente que, mientras Papá se dirigía hacia el departamento de ferretería de la tienda, yo me iba directo hacia la sección de sonido y discos. Ese día andábamos en planes de compra de un regalo para Mamá, así que, luego de buscar el obsequio, aproveché la ocasión para revisar los discos y ver qué cosas habían allí, de manera de conseguir que Papá me regalase un disco. Siempre me ha gustado revisar todas las secciones de las discotiendas, eso ha sido un ritual que cumplo cada vez que voy en búsqueda de un disco. Total, Papá tampoco duraba mucho tiempo en el departamento de Ferretería ya que los discos siempre han sido su afición, aunque él nunca lo haya confesado abiertamente. 

Bien, luego de revisar los discos de salsa y los de jazz,  en  la sección de rock estaba un disco titulado Asia, donde una serpiente marina emergía de las aguas como jugando o luchando con una esfera. De un primer momento, la carátula cumplía su cometido, aunque el contenido del disco me atraparía mucho más de lo esperado una vez que la señora que atendía el departamento de música tuvo la gentileza de poner el LP. Al escuchar las primeras notas, el disco se convirtió rápidamente en un objeto de culto por aquel sonido cautivante, muy inteligente y finamente elaborado, a pesar que fue un disco que generó controversia: Unos lo tildaban de comercial, catalogándolo incluso dentro de un odioso género denominado AOR (Adult Oriented Rock o Rock Orientado a Adultos), mientras que otros, menos preocupados por etiquetar, nos dedicábamos a disfrutar de la maestría de Carl Palmer y sus constantes innovaciones en la batería, del brillo de Steve Howe y su sonido drámatico y sensible, de Geoff Downes danzando sus dedos con finura sobre las teclas, y de John Wetton en un momento inmejorable para vocalizar y aportar el calor necesario en las oscuras cuerdas bajas. Un disco influenciado por diversidad de géneros que van desde el período impresionista hasta el período barroco, donde Viila-Lobos y Debussy se asomaban discretamente en un retrato sonoro de cuatro virtuosos provenientes de bandas fundamentales como Yes, King Crimson, UK y Emerson Lake & Palmer. Una banda donde prevalecía el concepto grupal por encima del individual, con un sonido sólido, bien definido, inteligente, con fuerza y mucho swing. Uno de los discos que componen la banda sonora de mis pasos. 

Hoy le agradezco a Papá el haberme regalado el LP ese día, ya que ha sido unos de tantos tesoros que me ha legado en vida, aparte de fomentar mi interés por la buena música, lo cual va más allá de la salsa brava y el jazz.  Aún sigo revisando cada anaquel de una discotienda y la música sigue siendo el elemento vital donde hago vida. ¡Gracias, Papá!

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Collaboration – George Benson & Earl Klugh (1987)

La música y la amistad tienen el poder de tender puentes. Era uno de mis cumpleaños y, como era habitual en aquel tiempo, los viejos amigos nos reuníamos a escuchar música, disfrutar de la comida hecha por mi madre y los tragos de la ocasión. Una de nuestras costumbres era regalarnos discos, aunque siempre tuvimos claro que el mejor regalo que podíamos ofrecernos era honrar la amistad. Los años compartidos y confianza nos permitían los eternos préstamos y conocer que material discográfico poseíamos. Era divertido, realmente. Así las cosas, uno por uno los amigos iban llegando a la casa y nos sentábamos a escuchar lo que iba seleccionando, así que la cosa empezaba con The Beatles y pasaba por The Rolling Stones, Ismael Rivera, Journey, Serrat, Irakere o Don Pío Alvarado. Ese día, cuyo año escapa a mi memoria, mi hermano de la vida  José Manuel Nogueira llegaba a mi casa con una botella de ron y un LP dentro de una bolsa. Me decía que el creía que el disco sería de mi agrado y que le había sido difícil la escogencia, tomando en cuenta su abierta preferencia por el rock and roll. Al abrir la bolsa descubro que era el disco Collaboration grabado por George Benson y Earl Klugh. Inmediatamente fui al tocadiscos, había que ponerlo a sonar, ron mediante. Aquel disco se alojaba en mis sentidos con música grata al oído y con dos guitarristas de estilos distintos pero que unían esfuerzos en esta producción. Y, sí, esta producción me ha acompañado en muchas ocasiones, en diversos viajes y siempre me proporciona una cuota importante de relax y frescura, y desde aquel cumpleaños ha sido uno de mis discos favoritos, por lo cual a Manolo le debo un eterno agradecimiento, más allá de la amistad que hemos cultivado por más de 40 años. Con el pasar del tiempo, estando en una de esas tardes reunido escuchando música con Carlos Ramirez y Douglas Conde (mis socios de Trabala’o) les puse ese disco, conociendo que Carlos y Douglas son fanáticos de Benson. Obviamente, gozamos un mundo de la música de Benson y Klugh, acompañados por nombres como Harvey Mason, Marcus Miller, Paul Jackson, Jr. Y Greg Phillinganes , entre otros. La música sigue siendo un puente del mundo, un vaso comunicante, no en balde ha sido llamada el lenguaje universal.

Nos vemos pronto. Mientras tanto sigo aquí, sobre una corchea.

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¿De qué va esto?

La música tiene ese mágico poder de conectarnos con emociones, con momentos, con los afectos y los efectos, y es la mejor máquina del tiempo que el hombre haya inventado. Este es un proyecto que llevaba bastante tiempo en una gaveta, mejor dicho, en una carpeta de mi computador y que ha sobrevivido a varios avatares informáticos. Por alguna que otra razón permanecía allí, a la espera, paciente, como aquel bateador emergente que está en el dugout y le toca ir a la caja de bateo en un noveno inning dispuesto a dar el batazo oportuno para dejar en el terreno al equipo contrario. Hoy le tocó el turno.

Historias personales y ajenas se cruzan en cada disco que pasa por mis manos, en cada sonido encontrado, en cada silencio, en cada uno de los momentos donde he estado al frente de mis tambores, en la cabina de la radio como locutor, como fotógrafo en algún concierto o en algún otro lugar, igual la música siempre está conmigo. Encuentros, sonidos, discos, conciertos, historias y cuentos, entre otras cosas, se pretenden relatar acá.

Mientras tanto, sigo escribiendo y les cuento, sentado…sobre una corchea.