DISCOS

Yordano (1984)

Para ponernos en contexto: 1984 es el título de la famosa novela de George Orwell y es también 1984 el año en el que recibí mi título de Bachiller en Ciencias. También fue un año olímpico, ya que en la ciudad de Los Angeles, Estados Unidos, se celebraron los Juegos de la XXIII Olimpiada, donde el nadador venezolano Rafael Vidal se hizo acreedor de la medalla de bronce al arribar tercero en la final de 200 metros estilo mariposa. Por otra parte, Francia derrotaba a España 2-0 en la final de la Eurocopa de futbol y Niki Lauda se proclamaba Campeón de la Formula Uno. Fue también un año de muchos lanzamientos musicales: Dire Straits lanzaba su famoso álbum Alchemy, Rubén Blades nos ofrecía Buscando Amèrica, entre tantos otros discos que salieron a la venta en ese año. Sin embargo, lo que hoy me motiva a escribir provino de mi país natal, Venezuela.

Al culminar mis estudios de bachillerato en ese año, en casa decidimos que, mientras esperaba entrar a la Universidad o al Tecnológico, era bueno estudiar y mejorar mi nivel de inglés, de modo que mis pasos fueron a dar al Laboratorio de Idiomas de la Universidad de Carabobo. Fue un tiempo que recuerdo con mucha gratitud ya que me permitió mejorar mis conocimientos de inglés, así como conocer nuevos amigos. Y, además, gracias al intercambio de regalos que se hizo en el salón durante el fin de año, recibí como obsequio de parte de una guapísima compañera de estudios un disco que estaba en mi lista de pendientes: El disco de Yordano que estaba saliendo ese año.

Ese disco era un furor en la época, sus canciones sonaban en la radio y la música era sencillamente maravillosa, los arreglos cargados de buen gusto y creatividad, las letras con el fino verbo urbano que Yordano le imprimió a cada canción, en fin, un disco extraordinario. Por otro lado, el sonido de este disco era muy semejante a la Venezuela de aquel entonces: Multicultural, con la convergencia de razas que hacíen morada acá, donde el rock tenia presencia pero también permitía el paso a diversas tendencias provenientes del caribe, del jazz, blues y de otros géneros provenientes de lugares mas lejanos. Si bien ya Yordano había grabado en 1982 su primer trabajo como solista titulado Negocios son negocios, este disco de 1984 fue el que realmente puso a Giordano Di Marzo Migani – nombre de pila de Yordano – en el gusto y en la cima de la popularidad en Venezuela, todo esto sin sacrificar la calidad, la estética plasmada en letras y sonidos y la osadía presentes en esta producción musical. Para este disco, Yordano contó con el respaldo de La Sección Rítmica de Caracas, una extraordinaria banda conformada por Lorenzo Barriendos en el bajo, Willie Croes en los teclados, Eddy Pérez en las guitarras, Carlos «Nené» Quinero en la percusión y Ezequiel Serrano en los saxofones, flauta, arreglos, dirección musical y el genio que puso un listón muy alto con la producción de este disco. La Sección Rítmica de Caracas fue, sin dudas, una banda irrepetible, que a muchos de nosotros nos influenció para tomar la senda musical. Y mas allá de eso, la presencia de invitados especiales como Ilan Chester, Rafael Rey, Ana Valencia y Guillermo Carrasco, entre otros.

Acudo a este disco con bastante frecuencia, de alguna manera esta música me señaló un camino hacia la vanguardia, hacia la incesante búsqueda de la excelencia, hacia una forma de hacer música que formó parte de un importante y determinante movimiento musical en Venezuela en la década de los 80, lo cual mostró un gran caudal de talento, de creatividad y de excelente música en estilos diversos, pero con el sello venezolano en cada compás.

Toda esta música se fue alojando en el morral donde viajan mis sueños y recuerdos y aun permanece conmigo de manera inalterable. Muchas de estas canciones tienen su asiento en la banda sonora de mis pasos y, sin lugar a dudas, es uno de los mejores discos hechos en Venezuela. Desde su aparición en 1984 forma parte de mis discos favoritos. Y sí, aun recuerdo ese intercambio de regalos y el beso – o los besos en aquel lugar secreto- de aquella guapa mujer que me regalo el disco.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

Conciertos, DISCOS

Abraxas – Santana (1970)

Mi introducción al mundo del rock fue más temprano de lo previsto, gracias a los buenos oficios de mi primo Juan Jímenez, quien siempre tenía un gran debate en su gusto por el rock o la salsa brava. Además, poseía una respetable colección de LP y Cassettes. Siempre habían buenos discos en su colección y allí conocí much buena música, donde aparecían nombres entre los que se cuentan Roberto Roena y su Apollo Sound, The Bee Gees, Cat Stevens, Héctor Lavoe, Eric Clapton, Tavares y Blood, Sweat and Tears, entre otros. Así de variado era – y sigue siendo – su gusto por la música. Cierto día, al llegar a su casa había un afiche que decía Abraxas y que llamó mucho mi atención. Le pregunté si eso era de un disco y me respondió que, efectivamente, se trataba del disco Abraxas del guitarrista mexicano Carlos Santana, e inmediatamente buscó el LP y lo puso a sonar. Juan me decía “¡Primo, escucha esta vaina!” mientras el LP giraba en el tocadiscos. Al escuchar la primeras notas quedé como en trance, creo que fue algo así como una especie de alucinación, este disco tenía tanta fuerza, magia y una combinación de elementos donde el rock y la música latina se daban la mano energicamente, uniendo fuerzas, donde la guitarra y la conga se hermanaban en una misma danza, y las culturas se abrazaban en una fiesta sonora que se alojaba en mis sentidos. Y sí, desde ese momento se volvió uno de mis discos favoritos. Claro está, a la edad en que escuché el disco por primera vez no entendía mucho aquel asunto, aunque no dejaba de alucinar entre los sonidos del disco y el colorido presente en el arte de la carátula. Años más tarde, una vez que empiezo a investigar más me doy cuenta de la trascendencia de este disco, de su importancia vital y de su vigencia. Por esas y muchas más razones ha sido considerado entre los mejores álbumes de la historia.

Es un disco de mucha alegría, carácter y fuerza, pero a la vez denso y mágico. Cada vez que lo escucho siento que su vigencia cobra más fuerza. Su sonido me envuelve y me invita a seguir creyendo en el poder de la música y en el hecho de que las culturas existen para conocerse, integrarse y abrir nuevos caminos de rica sonoridad. Y sí, esta música está muy bien alojada en mi gusto musical. Aunque es un disco de rock, tiene varios tentáculos que acarician otros géneros como la salsa, el jazz. Abraxas es el segundo álbum de estudio de Santana, el cual se publicó en 1970 para el sello Columbia Records. Y si vamos a los números comerciales,estuvo en el primer lugar de la lista Billboard de 1970. Para este trabajo, la banda estaba formada al igual que en la primera producción por David Brown (bajo), Michael Shrieve (batería), Gregg Rolie (teclados, voz), Mike Carabello (percusión, congas), José «Chepito» Areas (percusión, congas, timbales), y por supuesto Carlos Santana (guitarra, coros). Adicionalmente, participaron Rico Reyes (percusión, voz) y Alberto Gianquinto (piano).

Este disco marcó el inicio de mi admiración por la música de Santana, cuya música me daría una gran sorpresa personal con el pasar de unos cuantos lustros. Era un día 24 de Junio en el Volkspark de la ciudad de Maguncia en Alemania, cuando tuve la oportunidad de ver a Santana en vivo en ocasión de la gira Divination Tour 2018. Llegué temprano, como habitualmente hago a cada cita o compromiso. Iba a disfrutar de uno de mis héroes de la música, eran muchos años esperando este momento. Disfruté un par de cervezas antes de que las puertas fuesen abiertas para ingresar al recinto, mientras tanto hablaba con algunas personas acerca de Santana y de los años de espera y que no había podido asistir a ninguno de sus conciertos en Venezuela. Una vez que las puertas se abrieron, caminé un poco hasta ubicarme frente a la tarima, bien cerca, en lo que en Venezuela llamamos la olla. Pasaron unos 45 minutos hasta que se inició el concierto y, como era de esperarse, la magia dela música de Santana se apodero de aquellas almas que plenamos el Volkspark, fueron más de dos horas de energía, buena música y disfrutar temas como Black Magic Woman, Evil Ways, Oye como va y Toussaint L’Ouverture, entre otros. En uno de esos momentos, saqué mi celular e hice unas cinco fotos, una de las cuales subiría a mi cuenta de Instagram luego del concierto. Fue una noche memorable viendo y disfrutando del talento y magia de una de las leyendas vivas de la música, acompañado por una banda que siempre pone el extra necesario para elevarse hacia cotas nunca antes alcanzadas, uno de esos conciertos que se recuerdan para toda la vida, con muy buena música y unas cuantas cervezas.

Al día siguiente, justo antes de ir a la oficina a trabajar, mientras me tomaba un café, me encontré con una grata e inesperada sorpresa: Ver esa foto publicada vía Repost en la página oficial de Carlos Santana en Instagram, donde se incluían mis créditos como una #FanFoto ¡Una foto mía llegando a tales instancias! ¡No podía creerlo! Realmente es uno de esos honores que nunca esperas y que me llenan de mucha alegría. Ojalá algún día pueda darle las gracias personalmente a Carlos Santana por tanta buena música, por tantas alegrías que nos ha transmitido a través de la cuerdas de su guitarra y, por supuesto, por lo de la foto. También el agradecimiento a mi primo Juan Jiménez, quien me señaló el camino hacia esta música. Sí, Abraxas me abrió el camino hacia estos terrenos donde el rock y lo latino se dan la mano, y aunque el 23.09.2020 este disco cumplirá 50 años, aun sigue vigente en mi gusto personal y en el de mucha gente. No solo de Jazz y Salsa vive Fósforo.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

DISCOS

Vinicius de Moraes en La Fusa con María Creuza y Toquinho. (1970)

La realidad y la fantasía se hacen compañía de manera sutil, prueba inequívoca de que se puede coexistir sin necesidad de estorbar. Allí convergen sueños y realidades, mitos y leyendas, amores y dolores, casi como en cualquier universo que se intente explorar. Así es este universo que ha sido testigo de tantas historias, muchas de ellas expresadas en sonidos y silencios. Sin embargo, cuando se trata de adentrarnos en la música de Brasil, la cosa pasa a otra dimensión. Recuerdo que al dar mis primeros pasos por la música brasileña me preguntaba por dónde empezar. ¿Serían Antonio Carlos Jobim o Heitor Villa-Lobos las primeras referencias a las que debería acudir? ¿O, más bien, entraría por la corriente del Tropicalismo? ¿Que tal si la vía fuese las melodías de Cartola, Pixinguinha o Dorival Caymmi? Quizás yo estaba buscando argumentos o razones que me indicaran por dónde iniciar el recorrido.

Gracias a oportunos y sabios consejos de amigos melómanos, mis primeros pasos en la música de Brasil fueron – menuda coincidencia – a través de un disco de características particulares: Vinicius de Moraes en La Fusa con María Creuza y Toquinho (1970). Muchos años después, tal vez hacia finales de la década del 90, estaba revisando varias secciones de una discotienda en Valencia, Venezuela, y mi vista se fijó en este disco. Nada más al ver los protagonistas de esa obra pensé que el disco sería bueno, tomando en cuenta que para ese entonces mis conocimientos sobre a música de Brasil eran muy escasos. Lo incluí en mi compra de esa tarde sabatina. A los pocos días me reuní con mi amigo y colega Carlos Caldera, un verdadero especialista en las lides brasileñas y a quien siempre consulto cuando tengo alguna duda en relación a Brasil y su música . Con cierta timidez le mostré el disco y me preguntó que dónde lo había comprado ya que el tenía años buscando ese título y no lo había conseguido. Carlos me comentaba que era un disco histórico, fundamental, imprescindible y que lo que tenía en mis manos era una verdadera joya. Tuve eso que llaman «olfato de gol», así como Romario en sus buenos tiempos.

Este disco fue grabado en vivo en Argentina en 1970, año en que Brasil se titulaba Campeón Mundial de Fútbol por tercera vez, donde lo musical destaca por la expresividad vocal de María Creuza, la destreza y virtuosismo de un joven Toquinho en la guitarra y la voz áspera y cálida del poeta Vinicius de Moraes. Sin embargo, este disco contó con la participación de algunos músicos argentinos como Mario “Mojarra” Fernández en el contrabajo, Enrique “Zurdo” Roizner en la batería y Fernando Gelbard junto aChango” Farías Gómez en la percusión y que contó con la producción de Alfredo Radoszynski. Este disco es una muestra muy clara del panorama de la música de Brasil en ese momento, una grabación histórica, un disco que se ha vuelto clásico y que, con el pasar de tiempo, resulta imprescindible en la banda sonora de mis latidos.

Sin embargo, en las notas internas del disco (Agosto de 1970) el poeta Vinicius de Moraes explica muy bien el asunto:

La idea de hacer un LP del show que presenté recientemente en La Fusa (el adorable café concert de Silvina y Coco Pérez) junto a la cantante bahiana Maria Creuza y al guitarrista y compositor paulista Toquinho (Antonio Pecci Filho), encontró respuesta inmediata en la sensibilidad de Alfredo Radoszynski, director del sello Trova. Tratándose de un disco para el gran público y no solamente para una minoría de aficionados, le sugerí a Alfredo que lo grabáramos en el estudio, para evitar las distorsiones comunes en las grabaciones en vivo, donde el artista tiene que estar más atento al público que a los aparatos de reproducción sonora. Así lo hicimos, grabando también el ambiente de La Fusa y el calor de los aplausos que el público porteño nos brindó en nuestros recitales. […] Le pedí entonces a mi amigo Alfredo que invitara a dos excelentes músicos argentinos con los cuales había trabajado en noviembre de 1969 en el teatro Émbassy. Se trataba de Mario Mojarra Fernández y Enrique Zurdo Roizner, quienes cumplieron su labor a la perfección. Fueron dos sesiones nocturnas que finalizaron con las primeras luces del día, totalizando 16 horas de trabajo en un ambiente de bohemia, de gran cordialidad; donde no faltaron los elementos primordiales: botellas de whisky y mujeres bonitas. Registramos nuestro show con aquel mismo espíritu de íntima comunicación e informalidad que nos gusta para transmitir nuestras canciones. El resto se debe a los oídos afinados de técnico de Gerd Baumgartner y los buenos oficios de Mike Ribas, cuya colaboración fraterna agradecemos profundamente.

Vinicius de Moraes, agosto de 1970. Notas internas del disco

Esto me abrió las puertas a un universo musical de características muy especiales: Ritmos intrincados pero extremadamente contagiante, emotividad expresada en cada una de las vertientes que en este disco se daban cita, la característica saudade que marca el estado de ánimo del brasilero, la sensibilidad a la hora de componer y expresar lo escrito, así como un sin fin de razones que, hoy día, sigo intentando describir y que me van a faltar palabras y tiempo para poder hacerlo. De allí en adelante todo ha sido cuestión de abrir muy bien los oídos, de dejarme seducir por la brisa que baja del Corcovado, por las olas que acarician a la mítica Salvador de Bahía, por el acelerado ritmo de vida Paulista, por la magia que se esconde en la selva amazónica, por la forma como un pueblo danza y siente los 4 días dedicados al Rey Momo.

Sigo explorando, ya sin el temor a quedarme extraviado. Si eso llegase a suceder, la Cruz del Sur me guiará para retomar la senda correcta y seguir recorriendo, a golpe de surdo, repinique, caixa, pandeiro y cavaquinho, las diversas rutas de un universo aparte. Razón tenían mis amigos Carlos Caldera y Adriana Pedret cuando me decían que una vez que se traspasa la puerta que conduce al universo musical brasileño, es imposible volver atrás.

Si usted quiere internarse en la música de Brasil, este disco será una apuesta segura hacia el disfrute, un verdadero jogo bonito para el alma.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Kind of Spain – Wolfgang Haffner, ACT 2017

Desde hace muchos años he seguido la trayectoria del baterista alemán Wolfgang Haffner, un músico al cual considero muy técnico en el instrumento, conceptual, sensitivo y versátil, lo cual se puede comprobar en una larga lista de colaboraciones que incluye nombres importantes como Al Jarreau, Albert Mangelsdorff, Pat Metheny, The Brecker Brothers, Till Brönner, Lalo Schifrin, Ivan Lins, Jan Garbarek, Nils Landgren, Mike Stern y WDR Big Band, entre otros. Palabras mayores, sin alguna duda. Además, su discografía como líder de agrupación consta – hasta la fecha – de 23 producciones, todas orientadas hacia el Jazz. Otra de las cosas que me llamó la atención del estilo de Haffner es que siempre está al servicio de la música, siendo un factor de integración, con una fuerte orientación hacia la exploración de nuevas rutas sonoras.

Sin embargo, hoy me concentro en Kind of Spain una producción muy personalista, conceptual, instrospectiva y cargada de buen gusto que Haffner ha realizado en el año 2017 en honor al afecto que siente por la herencia y la cultura española. Lo logrado en esta producción representa una honra a la música, donde la cultura ibérica se da la mano con el Jazz en una atmósfera cálida, intima y con un tratamiento estético que resalta en toda la producción. Decía Haffner en una entrevista acerca de su forma de tocar

«La última cosa en la cual pienso es como voy a acompañar a la canción desde la batería»

lo cual demuestra el respeto por espíritu de cada canción, darle un tratamiento basado en el jazz y vestirla de ritmo de una manera elegante y con buen gusto, sin mayor alarde que ser parte de un todo que signifique hacer arte con el instrumento. Además, para esta producción Haffner ha contado con la participación de Jan Lundgren (piano), Sebastian Studnitzky (trompeta), Daniel Stelter (guitarra), Christopher Dell (vibráfono) y Lars Danielsson (contrabajo), lo cual es otra muestra de los elementos multiculturales que están representados en este disco. España y el Jazz de la mano caminan por el Mediterráneo, recibiendo aires de diversos puntos de Europa. Una referencia en lo que a buen gusto musical se refiere.

La buena fortuna me permitió tener un breve encuentro con Haffner en la primavera de 2017 en la ciudad de Fráncfort del Meno, Alemania, concretamente en la Musikmesse Frankfurt, feria internacional sobre la industria de la música que se realiza en dicha ciudad. Este encuentro fue apenas unos meses antes de la publicación de Kind of Spain. Tuve la oportunidad de hablar con él por unos diez minutos sobre su estilo de tocar la batería y de algunas de sus colaboraciones, sobre todo un concierto donde estuvo junto a Pat Metheny, Nils Landgren, Michael Brecker, Esbjörn Svensson y Lars Danielsson en el Festival Jazz Baltica de 2003. Obviamente, no perdí la oportunidad de registrar el encuentro.

Si usted tiene la oportunidad, regálese unos buenos minutos en compañía de Kind of Spain, su espíritu se lo agradecerá. Es un disco que se ha alojado de manera permanente en mi gusto personal. Gracias a Haffner por esa forma de hacer música con tanta sensibilidad, concepto y conocimiento, integrando diversas culturas en su propuesta musical. Y gracias por Kind of Spain.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Noite de Morabeza – Boy Gé Mendes (1999 – Lusafrica)

Hace algunos años, tal vez entre 1999-2000, me encontraba hablando con algunos colegas de la radio y uno de los temas de conversación era la música de Cabo Verde y sus géneros como el batuque, el kolá y pilón, el funaná, la morna y la coladeira, entre otros. Así fuimos descubriendo a exponentes como Cesária Evora (para quien debo unas líneas aparte en posteriores entregas), Tito París, Ildo Lobo, Luis Morais, Mario Lucio y Jorge Humberto, entre otros. Sin embargo, entre todos los artistas que íbamos descubriendo surgió un nombre cuya música destacaba por encima del resto, se trataba de Boy Gé Mendes , específicamente con su producción Noite de Morabeza, una producción del año 1999 hecha para el sello Lusafrica.

Nacido en Dakar, Senegal en 1952, Gérard Mendes trasladó su trabajo musical hacia Cabo Verde, siendo conocido como Boy Gé Mendes, quien ha sido una de las figuras más prominentes que han emergido de ese rincón del planeta. Sin embargo, fue a partir de 1977 cuando se trasladó a París y se dió a conocer en la capital francesa junto a su hermano Jean-Claude, y los músicos Luis Silva y Emmanuel «Manu» Lima, formaron un grupo totalmente caboverdiano, el cual llamaron The Cabo Verde Show, que se convirtió en el grupo más representativo de la comunidad exiliada en Francia y Holanda. Con los años, Mendes se lanzaría como solista con producciones como Grito De Bo Fidje (1989) Sururu (1995), Di oro (1996), Lagoa (1997) y Noite de Morabeza (1999).

En mi opinión, Noite de morabeza es uno de sus trabajos más sólidos y que muestra con amplitud la versatilidad de Mendes. A partir de los primeros compases comienza el viaje nostálgico, delicado y sentimental por el alma y el sentimiento caboverdiano. En este disco conviven las mornas naturales de Cabo Verde, el fado portugués, la influencia notoria de la música de Brasil, las raíces senegalesas expresadas en el tambor y la cadencia rítmica así como aromas provenientes de otros lugares del planeta. Nada sobra y nada falta en esta producción hecha para mostrarnos la profundidad, seriedad y la delicadeza con que Boy Gé Mendes ha encarado este disco. Aparte mención merece su voz cálida, dulce y melancólica, la cual nos transmite toda la “sodade” y el sentimiento y el alma del pequeño archipiélago. El espíritu caboverdiano (valga el término) llegaba para hacerse presente, para demostrar que las islas no solo sirvieron, en tiempos ancestrales, para refugio de piratas, mercaderes o navíos que surcaban el océano. Esta producción nos crea un ambiente lleno de diversos matices que nos invitan a pasearnos por algunos de sus paisajes, por su cultura y por esos sonidos que durante tantos años han hecho morada en ese lugar. Allí está una música, un sentimiento, un trabajo creador hecho para mostrar parte de la riqueza musical de un archipiélago de origen volcánico ubicado en aguas del atlántico en la costa noroeste de África.

Diversas culturas hacen vida en esta música, es por ello que se aprecian influencias portuguesas, africanas, brasileñas y antillanas, lo cual nos da a entender la amplitud de un creador que apuesta por tender puentes y borrar fronteras. De igual manera la participación de músicos provenientes de diversas latitudes como Mario Canonge, Thierry y Jean-Philippe Fanfant, Xavier Dessandre, Alan Hoist, Bago y Ravi Magnifique, entre otros.

Es uno de mis discos favoritos, siempre me acompaña.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Barretto (1975)

La vieja casona de mis tías en el centro de Valencia era una especie de Palladium Ballroom en mi imaginación. En el patio de la casa estaba un cajón de madera para poner la ropa sucia, al lado una lavadora y, un poco más allá, una vieja mesa de madera, un tanto destartalada y deteriorada por el tic tac irreversible, la cual servía para ocupar espacio y para colocar mi pequeño y funcional tocadiscos y unos cuantos discos de acetato. Era la época dorada de la Salsa y mucha gente se contagiaba con el ritmo y tantas grabaciones que surgían, y yo no era la excepción. Jugaba a ser el gran cantante del momento o el músico capaz de levantar de sus asientos al público cuando la descarga estaba en el climax, rugiendo como los trombones de La Perfecta de Eddie Palmieri, o repartiendo golpes sobre el cajón de la ropa, imitando a aquel hombre de altura y corpulencia considerable, de gruesos lentes correctivos, de cálida sonrisa y personalidad que se sentaba con sus tumbadoras al frente de la orquesta, indestructible. Allí, presente en el escenario de mi imaginación estaba Ray Barretto descargando e invitándome a participar en la descarga, golpeando el tambor con sus manos duras, mostrándome la solidez y la fuerza de su orquesta, pero permitiéndome ser parte del show que solo yo podía presenciar. Desde la cocina era observado por mi Mamá y mis tías quienes exclamaban «¡Te vas a volver loco, muchacho, de tanto golpear ese cajón de la ropa sucia!», lo cual me importaba poco, más bien nada, ya que dentro de ese mundo de fantasía estaba viviendo la cara más interna y sensible de la música.

En una de esas tardes, quizá a principios de mes, ya había reunido algo de dinero gracias a la mesada que mi Abuelo gentilmente me obsequiaba y a lo que guardaba de la merienda del colegio, de manera que era el momento de ir a comprar ún disco de Salsa. Y así fue, caminé unas cuatro cuadras hasta Foto Estudio Lux, un local en el centro de Valencia que era un estudio fotográfico y vendían discos. Sí, y siempre tenían buenos discos de Salsa. Bien, al llegar a la tienda revisé de cada una de las secciones musicales (cosa que siempre hago cada vez que compro un disco). Y allí ante mis ojos apareció el disco que estaba buscando, el famoso disco de Barretto y las tumbadoras rojas, donde el Manos Duras nos mostraba su propuesta cargada de fuerza y poder, aderezada con todo el sabor necesario para que el bailador también pueda mostrar lo que disfruta hacer. Pagué y me regresé a casa a seguir vacilando en el viejo tocadiscos, disfrutando temas como Guararé, Vale más un guaguancó, Ban Ban Quere o El Presupuesto, entre otros. Desde ese entonces esa música me acompaña y acudo a ella cada vez que sea necesario, ya que la rumba sigue viviendo en cada paso que doy. Este es un disco para tenerlo a la mano siempre, para gozar con la vocalización de Tito Gómez y Rubén Blades en los temas escogidos, para sudar bailando sin parar, con un sonido distintivo y efectivo, cargado de buenos arreglos y de inconfundible ritmo del maestro Ray Barretto. De los mejores discos producidos en pleno «boom» de la salsa brava. Imprescindible.

Aun siguen vivas esas descargas en mi memoria. Y aunque han pasado tantos años y el viejo tocadiscos ya no está, no he olvidado de donde vengo, lo cual me ha ayudado a saber hacia donde iré.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.