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El Jazz y mis recuerdos

La mente vuela sin aviso previo y la música se hace cómplice de esas horas de vuelo. En mi computador sonaba Lady Bird, composición de Tadd Dameron el cual se ha vuelto uno de mis estándares favoritos, y disfruto mucho tocarlo desde la batería, es uno de los temas que me llevan hacia lugar seguro. Y cada vez que lo toco vienen a mi memoria aquellos colegas, los insignes maestros que me señalaron el camino a seguir.

Ellos se dedicaban a cultivar la tradición del Jazz en Valencia, capital del estado Carabobo y considerada la ciudad industrial de Venezuela. Cada presentación de ellos era un derroche de buen gusto y conocimiento. Verlos era un espectáculo. Y la forma de tocar del baterista era como ver al mago que hacia flotar las baquetas en el aire con mucho sabor y ritmo. No dejaba de asombrarme al ver en mi ciudad a unos músicos capaces de tocar aquellas composiciones que escuchaba en la radio en el programa «El sonido del Jazz» que magistralmente conducía la señora Haydée Cadet. Y ellos convertían cualquier lugar en una fiesta cuando tomaban sus instrumentos, y aquello se convertía en una suerte de Mardi Gras en aquel lugar del centro de Valencia donde los vi por vez primera. No podía creerlo, esa música que tanto llamaba mi atención estaba allí presente, ese Jazz que en aquel momento empezaba a tenerme como uno de sus adeptos.

El concierto iba en progreso, aquellos músicos derrochaban conocimiento y talento. Nada sobraba y tampoco faltaba algo más. El trompetista, vestido con un traje oscuro, camisa blanca y corbata oscura, luego de terminar esa pieza que tocaban, explicaba de que se trataba el tema que acababan de interpretar. Era una cátedra de Jazz y estaba ahí, frente a mis ojos, en aquel lugar del centro de la ciudad. Y durante la explicación dice que eran el Quinteto de Jazz de la Universidad de Carabobo y va presentado uno a uno a sus integrantes: Miguel Casas Augé en el piano y la dirección musical, Gino Drago en el bajo, Ernesto Benvenuto en el saxofón, Ramón Sandoval en la batería y Waldo Sanz en la trompeta y quien presentaba cada tema. Esta agrupación se convirtió en mi favorita, y cada vez que podía iba a verlos. Y desde ese entonces me decía a mi mismo que algún día estaría al frente de la batería de la agrupación, tocando esa música que se disputaba con la salsa brava la supremacía de mi gusto musical. Pero hay que tener cuidado con lo que se piensa y se desea.

Asi los años fueron pasando uno a uno, y así me iba encontrando con la batería y con el Jazz. Preguntaba mucho, aunque hoy en día lo sigo haciendo. Indagaba como el aprendiz que aún soy. Y siempre iba a verlos cada vez que podía. Una vez hablé con Ramon Sandoval y me decía que se iba a jubilar y que por que no audicionaba para integrar la agrupación. No pude hacerlo en ese momento, y tampoco me sentía preparado para asumir una responsabilidad de esa magnitud. Sin embargo, para hacer realidad un sueño debes trabajar mucho, prepararte y no dejar de creer en eso.

Así los años siguieron su curso. Y un buen día, sí, un buen día me vi ahí frente a los tambores y platillos, siendo uno de ellos, aunque con una generación de diferencia, intentando continuar el legado de aquellos maestros quienes nos precedieron. Y fueron tres anos donde aprendí mucho. Y allí estaba yo, a veces de traje oscuro, camisa blanca y corbata oscura; otras veces mas informal, pero siempre con la pasión y responsabilidad que caracterizan las cosas que hago. Y esta vez eran mis baquetas las que flotaban en el aire esperando que el Jazz se hiciese presente. Y el Profesor Camacho diciéndome: “Lady Bird, dos pa´cuatro” sin olvidar las indicaciones de Pancho, Willy, Maikelf, Orlando y Tony, procedí a marcar.

Y el Jazz se hizo presente asi como el recuerdo de aquellos músicos que me habían mostrado la puerta de entrada al mundo del Jazz, aquellos que encendieron una antorcha que me brindó las luces para tomar el camino de esa música que llamamos Jazz. Me faltará tiempo para agradecerles tanto. ¡Salud, Maestros!

Lady Bird sigue sonando, esta vez en mis latidos. Debo grabarla algún día.

Nos vemos pronto, mientras tanto sigo aqui, sentado sobre una corchea.

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Rumba para Monk – Jerry González (1989)

Thelonious Monk ha sido uno de los músicos más influyentes en la historia del Jazz, y quizás se haga cuesta arriba poder hacer un trabajo discográfico en su homenaje donde se pueda respetar el espíritu del insigne pianista, imprimiendo, además, el sello personal de quien desarrolla las ideas para realizar tal homenaje. Sin embargo, para Jerry González, esto fue más allá del hecho musical, fue una muestra de gratitud, respeto y admiración hacia uno de los talentos más importantes con los que ha contado la música, cuyo legado aun sigue dándonos mensajes cargados de sentimiento, ritmo y enigma.

Para muchos críticos, y para mi, que de crítico nada tengo, Rumba para Monk es uno de los trabajos imprescindibles dentro del catálogo jazzístico del orbe. Con un criterio donde el respeto por jazz y lo afrocaribeño prevalece, Jerry González nos muestra la forma en que diversos estilos pueden coexistir sin hacerse daño unos a otros, demostrando, una vez más, que el jazz y lo afrocaribeño tienen un ancestro común, una relación estrecha que marcaría nuevos e interesantes caminos en la música. Un disco con la profundidad requerida para este tipo de homenajes, pero con el cargamento de clave y sabor que nos hablan de mestizaje, de paisajes y momentos introspectivos, de yambú, columbia, guaguancó y bebop cocinados en la misma paila, a fuego lento. Jazz del bueno, visto desde la óptica de quien ha sido considerado el último pirata del caribe. Rumba para Monk es un hito determinante en la historia del Latin Jazz. Este disco supera con creces cualquier clasificación, es música vigente, contundente, hecha sin concesiones.

Es mi disco favorito al cual acudo siempre y, por supuesto, en mi morral siempre está presente formando parte importante de mi equipaje, cual brújula que el explorador necesita para no perder el rumbo.

¿Imprescindible? Totalmente.

Nos vemos pronto. Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Collaboration – George Benson & Earl Klugh (1987)

La música y la amistad tienen el poder de tender puentes. Era uno de mis cumpleaños y, como era habitual en aquel tiempo, los viejos amigos nos reuníamos a escuchar música, disfrutar de la comida hecha por mi madre y los tragos de la ocasión. Una de nuestras costumbres era regalarnos discos, aunque siempre tuvimos claro que el mejor regalo que podíamos ofrecernos era honrar la amistad. Los años compartidos y confianza nos permitían los eternos préstamos y conocer que material discográfico poseíamos. Era divertido, realmente. Así las cosas, uno por uno los amigos iban llegando a la casa y nos sentábamos a escuchar lo que iba seleccionando, así que la cosa empezaba con The Beatles y pasaba por The Rolling Stones, Ismael Rivera, Journey, Serrat, Irakere o Don Pío Alvarado. Ese día, cuyo año escapa a mi memoria, mi hermano de la vida  José Manuel Nogueira llegaba a mi casa con una botella de ron y un LP dentro de una bolsa. Me decía que el creía que el disco sería de mi agrado y que le había sido difícil la escogencia, tomando en cuenta su abierta preferencia por el rock and roll. Al abrir la bolsa descubro que era el disco Collaboration grabado por George Benson y Earl Klugh. Inmediatamente fui al tocadiscos, había que ponerlo a sonar, ron mediante. Aquel disco se alojaba en mis sentidos con música grata al oído y con dos guitarristas de estilos distintos pero que unían esfuerzos en esta producción. Y, sí, esta producción me ha acompañado en muchas ocasiones, en diversos viajes y siempre me proporciona una cuota importante de relax y frescura, y desde aquel cumpleaños ha sido uno de mis discos favoritos, por lo cual a Manolo le debo un eterno agradecimiento, más allá de la amistad que hemos cultivado por más de 40 años. Con el pasar del tiempo, estando en una de esas tardes reunido escuchando música con Carlos Ramirez y Douglas Conde (mis socios de Trabala’o) les puse ese disco, conociendo que Carlos y Douglas son fanáticos de Benson. Obviamente, gozamos un mundo de la música de Benson y Klugh, acompañados por nombres como Harvey Mason, Marcus Miller, Paul Jackson, Jr. Y Greg Phillinganes , entre otros. La música sigue siendo un puente del mundo, un vaso comunicante, no en balde ha sido llamada el lenguaje universal.

Nos vemos pronto. Mientras tanto sigo aquí, sobre una corchea.

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¿De qué va esto?

La música tiene ese mágico poder de conectarnos con emociones, con momentos, con los afectos y los efectos, y es la mejor máquina del tiempo que el hombre haya inventado. Este es un proyecto que llevaba bastante tiempo en una gaveta, mejor dicho, en una carpeta de mi computador y que ha sobrevivido a varios avatares informáticos. Por alguna que otra razón permanecía allí, a la espera, paciente, como aquel bateador emergente que está en el dugout y le toca ir a la caja de bateo en un noveno inning dispuesto a dar el batazo oportuno para dejar en el terreno al equipo contrario. Hoy le tocó el turno.

Historias personales y ajenas se cruzan en cada disco que pasa por mis manos, en cada sonido encontrado, en cada silencio, en cada uno de los momentos donde he estado al frente de mis tambores, en la cabina de la radio como locutor, como fotógrafo en algún concierto o en algún otro lugar, igual la música siempre está conmigo. Encuentros, sonidos, discos, conciertos, historias y cuentos, entre otras cosas, se pretenden relatar acá.

Mientras tanto, sigo escribiendo y les cuento, sentado…sobre una corchea.