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¡Bravo Pavo¡ – Frank «El Pavo» Hernández (2000)

El timbal es un instrumento que siempre ha estado cercano a mis afectos, quizá donde me siento más a mis anchas, más alegre y festivo. Lo disfruto mucho y trato de aprender de cada timbalero que veo. Siento que me falta mucho para alcanzar el nivel que quisiera, pero no he desistido. Sigo aprendiendo, paso a paso, a mi ritmo. Siempre he dicho que mis tres grandes referencias a la hora de ejecutar el timbal provienen de tres figuras fundamentales en el instrumento: Tito Puente, Manny Oquendo y, el nuestro, Francisco Hernández Valarino, mejor conocido y reconocido como El Pavo Frank.

Cuando veía al Pavo Frank ejecutar la batería haciendo Onda Nueva o Jazz era ya una cosa fabulosa, con mucha energía y dominio del instrumento, la maestría en el ritmo destilada en tantos años de recorrido musical. Sin embargo, cuando lo veía ejecutar el timbal era un espectáculo aparte, un verdadero maestro del instrumento, siempre con ejecuciones de alto nivel, pulcras, con mucha sabiduría y una cuota de sabor que siempre sobrepasaba cualquier expectativa. Un par de muestras de todo esto son los discos Latinos de Etiqueta y Bravo Pavo, siendo este último el que hoy es protagonista de estas líneas.

Cuando este disco salió a la venta en el año 2000 se convirtió en uno de mis favoritos. Ya desde hace unos cuantos años había seguido la carrera del nativo de Villa de Cura y conocía de su llegada a Caracas a los 12 años de edad, de su participación en las orquestas de Aldemaro Romero, Willy Pérez, Chucho Sanoja, Habana Cuban Boys, Pedro José Belisario y Luis Alfonso Larraín, entre otras agrupaciones. Pero no eran solo esos los pergaminos del maestro Hernandez. Alrededor de 1958 viajó a Nueva York con el fin de ampliar sus conocimientos musicales y probarse en la gran manzana. Bajo la tutela de Henry Adler hizo estudios avanzados de batería paralelamente a tu trabajo con algunas orquestas lo llearían a dar el salto a tocar con figuras como Randy Carlos, Tito Puente, José Fajardo, Pérez Prado y Mongo Santamaría. El Pavo estaba en el cénit de la música latina por mérito y derecho propio. Luego, de nuevo en Venezuela, el Pavo formaría parte de la Orquesta de planta de CVTV, así como su gran aporte la creación del patrón rítmico para batería de la Onda Nueva, junto a su compadre y amigo Aldemaro Romero.

Este disco nos muestra a Hérnandez en los terrenos del Latin Jazz, nutrido de su experiencia tanto con grandes figuras de la música como con su propia orquesta. ¡Bravo Pavo! es un ejemplo de cómo se lidera una orquesta teniendo al timbal como protagonista. Un disco con arreglos interesantes y coloridos, sólidos y cargados de sabor que permiten que cada integrante de la agrupación tenga espacio para mostrarse, así como la presencia de los imprescindibles solos de timbal con mucha maestría, pulcritud, solidez, sabor y respeto por el instrumento, elementos que siempre caracterizaron al Pavo Frank en cada una de sus intervenciones.

¡Bravo Pavo! es una verdadera cátedra del Latin Jazz, un disco alegre, festivo, de esas producciones donde uno quisiera haber participado. Y sí, una de mis fuentes de inspiración así como para muchos colegas que hemos encontrado en el timbal una ruta a seguir. Este disco siempre me acompaña, es parte vital de los senderos que transito, es fuente de inspiración. Es un disco al cual acudo con mucha frecuencia donde siempre hallo luces que me indiquen el camino a la hora de tomar las baquetas y enfrentarme al timbal.

Seguimos en clave.

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Rican/struction – Ray Barretto (1979)

¿Cuántos discos son fundamentales o imprescindibles en tu colección? En mi caso son muchos los discos que considero imprescindibles, bien sea por su trascendencia en lo musical, por el significado que tienen en mi vida, por el momento en que esa música ha llegado a mis oídos o por la inspiración que estos puedan ofrecerme para levantarme y segur adelante después de un tropiezo. Y algunos tienen la particularidad de cumplir con todas esas características. En mi caso, los pasos se fueron dando a través del tiempo. Era mi época de adolescente, por allá por 1980, y aunque en mi entorno había una gran influencia del rock, mi amor por la salsa seguía siendo fuerte (lo cual no ha cambiado con los años). Apenas iniciaba el bachillerato y seguía reuniendo cada semana para comprar un par de discos al mes. Siempre era difícil escoger ante tantos buenos discos que salían a la venta. Recuerdo que una tarde fui a comprar un par de discos en La Carabobeña, discotienda que estaba ubicada en la cale comercio de Valencia. Luego de revisar detenidamente la sección de salsa, salí con mi compra: Rican/Struction del maestro Ray Barretto.

Al llegar a casa me fui directo al equipo de sonido que papa había comprado en aquel entonces. Destapé el disco y comencé a escucharlo. Si bien ya había escuchado discos de Barretto como Indestructible o Barretto Power, entre otros; este disco tenía un sonido diferente a lo que me había acostumbrado, un tanto progresivo, como una suerte de renovación de ese sonido poderoso que Ray Barretto nos había ofrecido en producciones previas dentro de la salsa. No era extraño escuchar un disco con ideas novedosas siendo Barretto un músico que siempre tuvo la vanguardia y la evolución como estandartes, con una marcada influencia del Jazz y otras tendencias. Además, en este disco aparecían los nombres del pianista y arreglista Oscar Hernández y el timbalero Ralph Irizarry, quienes le aportarían nuevas ideas al sonido de la orquesta. Por otra parte, Barretto volvía a juntarse con el sonero Adalberto Santiago, el vocalista más representativo que tuvo el rey de las manos duras en su orquesta.

Este disco representó una muestra de superación personal contra la adversidad: Barretto venía de producir dos trabajos para el sello Atlantic que no tuvieron la difusión esperada, lo cual afectó notablemente a Barretto. Además, un accidente automovilísico generó una lesión en una de sus manos, lo cual le impedía tocar. Sin embargo, Barretto encontró la cura en la acupuntura, en un largo proceso de terapia que duró casi dos años. Todo eso fue superado por Barretto, de modo que cuando se sintió listo para volver a la música nos presentó esta obra imprescindible de la música latina.

Cada vez que escucho Rican/Struction sigo impresionándome como en aquel momento cuando compré el disco en 1980, sobre todo con la capacidad de Barretto para estar al frente, para señalar caminos, para estar en la vanguardia, para reinventarse y propiciar una verdadera reconstrucción de su carrera musical. Con esta producción, Barretto nos mostró de qué estaba hecho y que aun la fuerza indestructible estaba de su lado. Este es un disco para disfrutarlo de principio a fin, con arreglos novedosos y muy bien logrados. En definitiva, un disco que se ha convertido en imprescindible en mi colección.

Hay muchas más cosas que se pueden hablar sobre este disco. Sin embargo, es una producción que habla por sí misma.

Seguimos en clave…

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Kind of Spain – Wolfgang Haffner, ACT 2017

Desde hace muchos años he seguido la trayectoria del baterista alemán Wolfgang Haffner, un músico al cual considero muy técnico en el instrumento, conceptual, sensitivo y versátil, lo cual se puede comprobar en una larga lista de colaboraciones que incluye nombres importantes como Al Jarreau, Albert Mangelsdorff, Pat Metheny, The Brecker Brothers, Till Brönner, Lalo Schifrin, Ivan Lins, Jan Garbarek, Nils Landgren, Mike Stern y WDR Big Band, entre otros. Palabras mayores, sin alguna duda. Además, su discografía como líder de agrupación consta – hasta la fecha – de 23 producciones, todas orientadas hacia el Jazz. Otra de las cosas que me llamó la atención del estilo de Haffner es que siempre está al servicio de la música, siendo un factor de integración, con una fuerte orientación hacia la exploración de nuevas rutas sonoras.

Sin embargo, hoy me concentro en Kind of Spain una producción muy personalista, conceptual, instrospectiva y cargada de buen gusto que Haffner ha realizado en el año 2017 en honor al afecto que siente por la herencia y la cultura española. Lo logrado en esta producción representa una honra a la música, donde la cultura ibérica se da la mano con el Jazz en una atmósfera cálida, intima y con un tratamiento estético que resalta en toda la producción. Decía Haffner en una entrevista acerca de su forma de tocar

«La última cosa en la cual pienso es como voy a acompañar a la canción desde la batería»

lo cual demuestra el respeto por espíritu de cada canción, darle un tratamiento basado en el jazz y vestirla de ritmo de una manera elegante y con buen gusto, sin mayor alarde que ser parte de un todo que signifique hacer arte con el instrumento. Además, para esta producción Haffner ha contado con la participación de Jan Lundgren (piano), Sebastian Studnitzky (trompeta), Daniel Stelter (guitarra), Christopher Dell (vibráfono) y Lars Danielsson (contrabajo), lo cual es otra muestra de los elementos multiculturales que están representados en este disco. España y el Jazz de la mano caminan por el Mediterráneo, recibiendo aires de diversos puntos de Europa. Una referencia en lo que a buen gusto musical se refiere.

La buena fortuna me permitió tener un breve encuentro con Haffner en la primavera de 2017 en la ciudad de Fráncfort del Meno, Alemania, concretamente en la Musikmesse Frankfurt, feria internacional sobre la industria de la música que se realiza en dicha ciudad. Este encuentro fue apenas unos meses antes de la publicación de Kind of Spain. Tuve la oportunidad de hablar con él por unos diez minutos sobre su estilo de tocar la batería y de algunas de sus colaboraciones, sobre todo un concierto donde estuvo junto a Pat Metheny, Nils Landgren, Michael Brecker, Esbjörn Svensson y Lars Danielsson en el Festival Jazz Baltica de 2003. Obviamente, no perdí la oportunidad de registrar el encuentro.

Si usted tiene la oportunidad, regálese unos buenos minutos en compañía de Kind of Spain, su espíritu se lo agradecerá. Es un disco que se ha alojado de manera permanente en mi gusto personal. Gracias a Haffner por esa forma de hacer música con tanta sensibilidad, concepto y conocimiento, integrando diversas culturas en su propuesta musical. Y gracias por Kind of Spain.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Rubén Blades – Maestra Vida (1980)

Era un día sábado, Papá y yo entrábamos a una discotienda del centro de Valencia, eso fue por allá por 1980. Como ya era habitual y es algo que ya lo he dicho en textos anteriores, lo primero que hacía era irme directamente a la sección de salsa a ver qué conseguía. Me puse a revisar y habían discos de Ray Barretto, Johnny Pacheco, Dimensión Latina y un par de discos de Rubén Blades que se llamaban Maestra Vida (Primera y segunda parte). Inmediatamente los tomé y pensé que si Metiendo mano y Siembra me habían gustado mucho, estos dos discos titulados Maestra Vida no serían la excepción. Mostré los discos a Papá y me dijo «Llévalos, te los regalo«, luego de meditarlo unos cuantos segundos. Total, entre Papá y yo siempre existió eso de regalarnos discos.

Al llegar a casa me fui corriendo al viejo equipo de sonido «3 en 1» a disfrutar de mis discos nuevos. Nada como quitarle el celofán al disco y disfrutar del olor a nuevo y descubrir si el disco traía un folleto adicional con las letras. Al abrir los discos, la caratula tipo álbum se desplegaba y tenía en su parte interior las letras, los protagonistas y los créditos de todos los que participaron en el disco, eso ya lo hacía diferente. Y, bueno, eran discos de Blades, y como lo dije anteriormente, teniendo como referencia sus trabajos anteriores, estos deberían ser «un palo«, como decimos nosotros. La música se encargaría de decir el resto.

Apenas empezaba a sonar el disco la experiencia comenzaba a diferenciarse con respecto a los discos anteriores de Blades. Orquesta completa, cuerdas, momentos sonoros, un narrador y los personajes de Quique Quiñones, Rafael Da Silva y Carlitos «Lito» Quiñones. Luego, una historia que se me asemejaba a muchas que pueden suceder en cualquier población de nuestra latinoamérica. De entrada el ambiente era el barrio, un barrio latino, con todo lo que ello implica, sus alegrías y dolores, sus penas y amores, con todas las historias que la cotidianidad escribe a su paso. Y estos discos eran una suerte de película donde el sonido y la música se encargaban de formar las imágenes en mi cerebro, como si nuestra mente fuese una gran pantalla de cine donde Blades escribía una crónica sobre algunas situaciones de la vida y la inevitable llegada de la muerte. Sí, eran discos muy diferentes a lo que ya el panameño nos tenía acostumbrados, pero siempre dentro de los niveles de calidad musical, conceptual y de contenido que han caracterizado sus producciones. Así me aprendí cada una de las canciones y la historia de Manuela y Carmelo, de su juventud, de la llegada del amor y su soledad en la vejez, todo lo que nos enseña esta gran maestra como lo es la vida.

Muchas veces soñé con ver a Rubén Blades junto a una gran orquesta sinfónica haciendo la obra completa, en el mismo espíritu del disco. Fueron 32 años de esperar un encuentro entre Blades y una orquesta capaz de asumir el reto. Y sucedió en Venezuela, un 22 de julio de 2012 en la Base Aérea La Carlota en Caracas, siendo un lujo que la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y la Orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar hayan sido las encargadas de la música de Blades, y todos bajo la dirección del maestro Gustavo Dudamel. Increíble, ¿verdad? Recuerdo que apenas supe del evento llamé a mi amigo Rafael “Papino” Rivero – melómano salsero y uno de los hermanos que he encontrado a través de la radio – y le comenté, inmediatamente nos anotamos en el combo que íbamos desde Valencia a presenciar el concierto.

Sí, el concierto fue fabuloso, grande, poderoso, muy emotivo, con una gran demostración del gran nivel y profesionalismo de los músicos venezolanos pertenecientes a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y a la Orquesta Latinocaribeña Simón Bolívar. Luego de 32 años regresé al momento en que abrí los discos en 1980, cuando me enfrenté por vez primera a una obra que considero fundamental para cualquiera que ostente la ciudadanía del Caribe. No hay dudas, Maestra Vida sigue siendo un vehículo para reflexionar ante la vida y sus vaivenes, un vivo retrato de las cosas que pueden suceder en nuestro vecindario, en nuestra casa, en este gran barrio que llamamos El Caribe, en cualquier casa o esquina de latinoamérica.

Valió la pena esperar 32 años para disfrutar del arte hecho letra, música y contenidos, con la magnitud que requiere una obra fundamental y que aun sigue vigente. Ha sido uno de los conciertos más emotivos que he tenido la oportunidad de presenciar, más cuando se trataba de una obra creada por uno de los artistas que más admiro.

Gracias, Rubén. Gracias a la música que me sigue alimentando. Y gracias infinitas a Papá por haberme regalado esos discos.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Beethoven’s V – Markolino Dimond with Frankie Dante. Guest Star – Chivirico ‎

Decir que me gusta la salsa es quedarme corto, en mi caso la salsa va más allá de un gusto personal. Es una música que siento como propia y que vivo día a día, es una parte importante de mi historia. Llegué a la salsa cuando apenas era un niño y desde esa época se ha alojado de manera permanente en mi gusto personal, aunque siempre entra en eterna disputa con el Jazz por la supremacía en mi gusto personal. Sí, la salsa buena siempre ha estado presente en los momentos buenos y en lo que no han sido tan buenos como quisiera. Aunque, más allá de las etiquetas que existen, lo que siempre persigo y valoro es la buena música, y eso es un punto de honor.

La buena música no cree en cuentos, mucho menos en modas, la buena música permanece, trasciende al tiempo, y Beethoven’s V (Cotique, 1975) es una prueba de ello. Aquí se conjugan sabor, elegancia, calle y un gran caudal de sabor. Y más allá de todo eso, es un disco al que siempre acudía cada vez que se presentaba una rumba en tiempos pasados, y hoy se ha vuelto imprescindible entre mis títulos de la salsa, es uno de esos discos que siempre está en mis alforjas. Las razones son muchas. Empecemos por el piano de Markolino Dimond, el cual siempre sonó diferente, poderoso, elegante, derrochando clase en los solos y con una dosis alta de sabor, sin nada que envidiar a otros pianistas del genero. Era un músico autodidacta y poseía un sonido y un sentido del montuno muy particular, bajo la influencia de Eddie Palmieri, Pedro Justiz “Peruchin” o McCoy Tyner. Sí, Markolino corría en otro lote, estaba en ora dimensión como pianista, mezclaba barrio y academia, calle y salón, un pianista realmente único, diferente. Frankie Dante era el otro elemento fundamental en este disco. Un cantante cargado de las mañas y características que provenían de la calle, el cual incorporaba fuertes rasgos de excentricidad y el correspondiente sabor de la esquina y el callejón. Aun con las limitaciones que algunos le atribuyen, era el cantante adecuado para ese disco, un cantante fuera de lo común que combinaba muy bien con las ideas de Markolino Dimond. Sin embargo, la voz de este disco no fue solo de Lenin Francisco Domingo Cerda, nombre de pila de Dante, sino que este disco contó con la participación especial de Chivirico Dávila. Oriundo de Villa Palmeras, Santurce, Puerto Rico, Rafael «Chivirico» Dávila Rosario fue el tercer elemento clave de esta producción. Dávila siempre se movió con soltura como sonero, aunque destacó con clase en la interpretación del bolero y también haciendo coros para diversas producciones de la salsa. La llave vocal estuvo hecha a la medida para desarrollar los temas que conformaron esta producción como Maraquero, ¿Por qué adoré?, Los Rumberos y Sabrosón, enre otros. Y si revisan los créditos, encontrarán nombres muy importantes , no solo dentro del mundo de la salsa.como Nicky Marrero , Pablito Rosario, Frank Malabe, Mike Colazzo, Eddie “Guagua” Rivera, Louis Kahn, Renaldo Jorge, Barry Rogers, Randy Brecker, Lou Soloff, Junior Vazquez, Yayo el Indio, Ismael Quintana y Pete «Conde» Rodríguez.

Beethoven’s V es un disco e culto, imprescindible, fundamental para comprender el fenómeno de la salsa, y sigue siendo uno de mis favoritos por muchas mas razones que las que he expuesto en estas líneas. Así que no crea en cuentos y regálese una buena ración de buena salsa brava para aderezar los latidos de la vida. Este disco es una de las razones de peso para afirmar que por mis venas lo que corre es salsa.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Noite de Morabeza – Boy Gé Mendes (1999 – Lusafrica)

Hace algunos años, tal vez entre 1999-2000, me encontraba hablando con algunos colegas de la radio y uno de los temas de conversación era la música de Cabo Verde y sus géneros como el batuque, el kolá y pilón, el funaná, la morna y la coladeira, entre otros. Así fuimos descubriendo a exponentes como Cesária Evora (para quien debo unas líneas aparte en posteriores entregas), Tito París, Ildo Lobo, Luis Morais, Mario Lucio y Jorge Humberto, entre otros. Sin embargo, entre todos los artistas que íbamos descubriendo surgió un nombre cuya música destacaba por encima del resto, se trataba de Boy Gé Mendes , específicamente con su producción Noite de Morabeza, una producción del año 1999 hecha para el sello Lusafrica.

Nacido en Dakar, Senegal en 1952, Gérard Mendes trasladó su trabajo musical hacia Cabo Verde, siendo conocido como Boy Gé Mendes, quien ha sido una de las figuras más prominentes que han emergido de ese rincón del planeta. Sin embargo, fue a partir de 1977 cuando se trasladó a París y se dió a conocer en la capital francesa junto a su hermano Jean-Claude, y los músicos Luis Silva y Emmanuel «Manu» Lima, formaron un grupo totalmente caboverdiano, el cual llamaron The Cabo Verde Show, que se convirtió en el grupo más representativo de la comunidad exiliada en Francia y Holanda. Con los años, Mendes se lanzaría como solista con producciones como Grito De Bo Fidje (1989) Sururu (1995), Di oro (1996), Lagoa (1997) y Noite de Morabeza (1999).

En mi opinión, Noite de morabeza es uno de sus trabajos más sólidos y que muestra con amplitud la versatilidad de Mendes. A partir de los primeros compases comienza el viaje nostálgico, delicado y sentimental por el alma y el sentimiento caboverdiano. En este disco conviven las mornas naturales de Cabo Verde, el fado portugués, la influencia notoria de la música de Brasil, las raíces senegalesas expresadas en el tambor y la cadencia rítmica así como aromas provenientes de otros lugares del planeta. Nada sobra y nada falta en esta producción hecha para mostrarnos la profundidad, seriedad y la delicadeza con que Boy Gé Mendes ha encarado este disco. Aparte mención merece su voz cálida, dulce y melancólica, la cual nos transmite toda la “sodade” y el sentimiento y el alma del pequeño archipiélago. El espíritu caboverdiano (valga el término) llegaba para hacerse presente, para demostrar que las islas no solo sirvieron, en tiempos ancestrales, para refugio de piratas, mercaderes o navíos que surcaban el océano. Esta producción nos crea un ambiente lleno de diversos matices que nos invitan a pasearnos por algunos de sus paisajes, por su cultura y por esos sonidos que durante tantos años han hecho morada en ese lugar. Allí está una música, un sentimiento, un trabajo creador hecho para mostrar parte de la riqueza musical de un archipiélago de origen volcánico ubicado en aguas del atlántico en la costa noroeste de África.

Diversas culturas hacen vida en esta música, es por ello que se aprecian influencias portuguesas, africanas, brasileñas y antillanas, lo cual nos da a entender la amplitud de un creador que apuesta por tender puentes y borrar fronteras. De igual manera la participación de músicos provenientes de diversas latitudes como Mario Canonge, Thierry y Jean-Philippe Fanfant, Xavier Dessandre, Alan Hoist, Bago y Ravi Magnifique, entre otros.

Es uno de mis discos favoritos, siempre me acompaña.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Barretto (1975)

La vieja casona de mis tías en el centro de Valencia era una especie de Palladium Ballroom en mi imaginación. En el patio de la casa estaba un cajón de madera para poner la ropa sucia, al lado una lavadora y, un poco más allá, una vieja mesa de madera, un tanto destartalada y deteriorada por el tic tac irreversible, la cual servía para ocupar espacio y para colocar mi pequeño y funcional tocadiscos y unos cuantos discos de acetato. Era la época dorada de la Salsa y mucha gente se contagiaba con el ritmo y tantas grabaciones que surgían, y yo no era la excepción. Jugaba a ser el gran cantante del momento o el músico capaz de levantar de sus asientos al público cuando la descarga estaba en el climax, rugiendo como los trombones de La Perfecta de Eddie Palmieri, o repartiendo golpes sobre el cajón de la ropa, imitando a aquel hombre de altura y corpulencia considerable, de gruesos lentes correctivos, de cálida sonrisa y personalidad que se sentaba con sus tumbadoras al frente de la orquesta, indestructible. Allí, presente en el escenario de mi imaginación estaba Ray Barretto descargando e invitándome a participar en la descarga, golpeando el tambor con sus manos duras, mostrándome la solidez y la fuerza de su orquesta, pero permitiéndome ser parte del show que solo yo podía presenciar. Desde la cocina era observado por mi Mamá y mis tías quienes exclamaban «¡Te vas a volver loco, muchacho, de tanto golpear ese cajón de la ropa sucia!», lo cual me importaba poco, más bien nada, ya que dentro de ese mundo de fantasía estaba viviendo la cara más interna y sensible de la música.

En una de esas tardes, quizá a principios de mes, ya había reunido algo de dinero gracias a la mesada que mi Abuelo gentilmente me obsequiaba y a lo que guardaba de la merienda del colegio, de manera que era el momento de ir a comprar ún disco de Salsa. Y así fue, caminé unas cuatro cuadras hasta Foto Estudio Lux, un local en el centro de Valencia que era un estudio fotográfico y vendían discos. Sí, y siempre tenían buenos discos de Salsa. Bien, al llegar a la tienda revisé de cada una de las secciones musicales (cosa que siempre hago cada vez que compro un disco). Y allí ante mis ojos apareció el disco que estaba buscando, el famoso disco de Barretto y las tumbadoras rojas, donde el Manos Duras nos mostraba su propuesta cargada de fuerza y poder, aderezada con todo el sabor necesario para que el bailador también pueda mostrar lo que disfruta hacer. Pagué y me regresé a casa a seguir vacilando en el viejo tocadiscos, disfrutando temas como Guararé, Vale más un guaguancó, Ban Ban Quere o El Presupuesto, entre otros. Desde ese entonces esa música me acompaña y acudo a ella cada vez que sea necesario, ya que la rumba sigue viviendo en cada paso que doy. Este es un disco para tenerlo a la mano siempre, para gozar con la vocalización de Tito Gómez y Rubén Blades en los temas escogidos, para sudar bailando sin parar, con un sonido distintivo y efectivo, cargado de buenos arreglos y de inconfundible ritmo del maestro Ray Barretto. De los mejores discos producidos en pleno «boom» de la salsa brava. Imprescindible.

Aun siguen vivas esas descargas en mi memoria. Y aunque han pasado tantos años y el viejo tocadiscos ya no está, no he olvidado de donde vengo, lo cual me ha ayudado a saber hacia donde iré.

Mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Asia (1982)

Papá nunca se imaginó lo que vendría luego de regalarme aquel LP en la desaparecida tienda por departamentos Sears de Valencia. Recuerdo perfectamente que, mientras Papá se dirigía hacia el departamento de ferretería de la tienda, yo me iba directo hacia la sección de sonido y discos. Ese día andábamos en planes de compra de un regalo para Mamá, así que, luego de buscar el obsequio, aproveché la ocasión para revisar los discos y ver qué cosas habían allí, de manera de conseguir que Papá me regalase un disco. Siempre me ha gustado revisar todas las secciones de las discotiendas, eso ha sido un ritual que cumplo cada vez que voy en búsqueda de un disco. Total, Papá tampoco duraba mucho tiempo en el departamento de Ferretería ya que los discos siempre han sido su afición, aunque él nunca lo haya confesado abiertamente. 

Bien, luego de revisar los discos de salsa y los de jazz,  en  la sección de rock estaba un disco titulado Asia, donde una serpiente marina emergía de las aguas como jugando o luchando con una esfera. De un primer momento, la carátula cumplía su cometido, aunque el contenido del disco me atraparía mucho más de lo esperado una vez que la señora que atendía el departamento de música tuvo la gentileza de poner el LP. Al escuchar las primeras notas, el disco se convirtió rápidamente en un objeto de culto por aquel sonido cautivante, muy inteligente y finamente elaborado, a pesar que fue un disco que generó controversia: Unos lo tildaban de comercial, catalogándolo incluso dentro de un odioso género denominado AOR (Adult Oriented Rock o Rock Orientado a Adultos), mientras que otros, menos preocupados por etiquetar, nos dedicábamos a disfrutar de la maestría de Carl Palmer y sus constantes innovaciones en la batería, del brillo de Steve Howe y su sonido drámatico y sensible, de Geoff Downes danzando sus dedos con finura sobre las teclas, y de John Wetton en un momento inmejorable para vocalizar y aportar el calor necesario en las oscuras cuerdas bajas. Un disco influenciado por diversidad de géneros que van desde el período impresionista hasta el período barroco, donde Viila-Lobos y Debussy se asomaban discretamente en un retrato sonoro de cuatro virtuosos provenientes de bandas fundamentales como Yes, King Crimson, UK y Emerson Lake & Palmer. Una banda donde prevalecía el concepto grupal por encima del individual, con un sonido sólido, bien definido, inteligente, con fuerza y mucho swing. Uno de los discos que componen la banda sonora de mis pasos. 

Hoy le agradezco a Papá el haberme regalado el LP ese día, ya que ha sido unos de tantos tesoros que me ha legado en vida, aparte de fomentar mi interés por la buena música, lo cual va más allá de la salsa brava y el jazz.  Aún sigo revisando cada anaquel de una discotienda y la música sigue siendo el elemento vital donde hago vida. ¡Gracias, Papá!

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Mambo Diablo – Tito Puente and his Latin Ensemble (1985)

Corría la década del 70. En aquella época en que recibía la Educación Primaria, solía tomar los lápices y golpear el pupitre como si se tratase de un timbal. Lo malo de esto era que lo hacía en plena clase con nuestra Seño Giselita, lo cual siempre traía como consecuencia un regaño de la maestra o un manotazo de alguno de mis compañeros del salón para que dejase el ruido y la clase pudiese continuar. Obviamente, ni el regaño ni el golpe estaban entre mis opciones favoritas. Sin embargo, dentro de los vericuetos de esa masa llamada cerebro el sonido era diferente al emanado por los golpes de los lápices en el pupitre. En mi mente, me veía en medio de un escenario, enfrentado al timbal, en plena descarga, tal y como lo hacía Tito Puente en la televisión y en los discos que, hasta ese entonces, había podido escuchar. Y desde esa época viene mi admiración por el maestro Tito Puente.

Con los años fui descubriendo que su título de Rey del Timbal o Rey de la Música Latina fue forjado por su aporte como timbalero, vibrafonista, director, arreglista, compositor, entre otras facetas y aportes musicales, hicieron que Tito Puente ocupase un trono perpetuo por derecho y mérito propio: Su inconfundible sonido curtido durante tantos años, el traslado del timbal desde el fondo hacia el frente del escenario para hacerlo protagonista, su visión de la música latina y la frescura de sus ejecuciones, arreglos y composiciones durante más de 100 grabaciones le hicieron merecedor de ese trono. Obviamente, existen muchas más virtudes, pero enumerarlas todas harían interminable esta nota.

Con el paso del tiempo, han sido muchos los discos del maestro Puente que siempre están rondando mi memora, y “Mambo Diablo” (1985) es uno de mis favoritos. Es uno de esos discos que se quedan con uno, que cada vez ofrecen mayores razones para seguir estando en un lugar de privilegio, a pesar de todo el tiempo transcurrido. Aquí se mostraba a un Puente con mucha frescura, dinámico en sus intervenciones tanto en el timbal como en el vibráfono y la marímba, siempre flamboyante, con todo el brillo necesario desde la altura de un trono que forjó sus bases en la calidad y en su particular y perdurable sonido, virtudes, entre otras, que siempre colocaron a Puente en otra dimensión. Clásicos como el inmortal Take Five de Paul Desmond o Lulaby of Birdland de George Shearing – interpretado al piano por su propio compositor – se muestran con un rostro más cercano al caribe, demostrando como el jazz puede acercarse a otros territorios, o lo que es casi lo mismo, la permeabilidad que el jazz ofrece al que quiera acercarse a sus predios. Es un disco imprescindible, determinante y una de las joyas del Latin Jazz. Y si le dan una lectura a los créditos del disco encontrarán nombres importantes como Sonny Bravo, Johnny «Dandy» Rodríguez, Jimmy Frisaura, Bobby Rodríguez, José Madera, Mario Rivera y Ray González. Un lujo de banda, sin dudas.

Siempre que me enfrento a un timbal o cada vez que escucho este disco, recuerdo aquella época de mi niñez golpeando los lápices sobre la tabla de algún pupitre, hecho que he venido haciendo continuamente desde la Primaria, pasando por mi época de estudiante universitario hasta el día de hoy en mi escritorio. Creo que ese grado de inquietud vino inscrito en mi código genético, y todos sabemos que esas cosas no cambian. Sin embargo, al tomar las baquetas y poner a sonar la pailas, siempre me viene a la memoria el recuerdo de grandes timbaleros, y el maestro Puente es uno de ellos.

Nos vemos pronto, mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.

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Tras el sonido de Animal

Desde su aparición en la TV venezolana en 1983 (claro, en aquel momento ni soñar con tener televisión por cable) me convertí en un adicto a The Muppets Show. Aquel fino programa humorístico basado en los personajes ideados por Jim Henson logró hacerse de un espacio entre mis gustos, donde los muñecos parecían tener vida y personalidad propia. Disfrutaba mucho cada episodio y me reía a más no poder con las ocurrencias de sus personajes, y sobre todo cuando aparecían invitados de la talla de Rita Moreno, Vincent Pice, Elton John, Charles Aznavour, Lou Rawls, Dizzy Gillespie, John Denver y Paul Simon, entre otros. En lo musical, Dr. Teeth & The Electric Mayhem era la banda de planta del referido show, donde destacaba Animal, un inquieto, colorido y singular baterista con una personalidad fuerte y excéntrica, así como una inagotable carga de energía, ideal para una banda de rock.

Algunos sostienen que Animal tiene mucho de Keith Moon, John Bonham o Ginger Baker, aunque los productores de la serie nunca manifestaron abiertamente que el personaje haya tenido algún parecido con un músico en particular. Tal fue el suceso de Animal en The Muppets Show que llegó a realizar un duelo de bateristas con el gran Buddy Rich, en ocasión del aniversario del famoso duelo entre Gene Krupa y Buddy Rich, aparte de haber hecho escenas con personalidades como Rita Moreno, Lou Rawls y Harry Belafonte, entre otros. Sin embargo, una de las preguntas que llegué a hacerme era saber quién estaba tras el sonido de Animal.

En la vida real, Animal fue caracterizado por Frank Oz (entre 1977 y 1999) y por Eric Jacobson (desde el 2002), mientras que su sonido tras los tambores y platillos fue interpretado por Ronnie Verrell, un baterista británico nacido en Rochester, Kent, Inglaterra el 21 de Febrero de 1926 y que tuvo un paso por importantes big bands británicas como la Ted Heath Orchestra y Syd Lawrence Orchestra. Tras los tambores, Verrell destacó por ser un baterista muy solvente con el ritmo, por coloridos y poderosos solos y por ser un extraordinario lector musical, lo cual le permitió participar en diversas bandas sonoras de cine y televisión, gracias a su habilidad para leer y tocar partituras. Sin embargo, debido a la caracterización de Animal, Ronnie Verrell tuvo la oportunidad de conocer a Buddy Rich, uno de los bateristas más grandes de la historia y su gran ídolo detrás de los tambores y platillos. De esa forma pudo cumplir el mismo sueño de Animal: tener un duelo de bateristas con Buddy Rich que quedó reflejado en el episodio número 119 (Episodio 5.22 según las listas oficiales). Como músico de sesión, Verrell llegó a grabar con artistas de la talla de Winifred Atwell, Jack Jones, Tony Bennett, Tom Jones y Shirley Bassey, entre otros. Ronald Thomas Verrell falleció en Kingston, Inglaterra un 22 de febrero de 2002 a la edad de 76 años.

Inquieto, original y siempre buscando mostrar todo el poder que se puede tener frente a los tambores, detrás del personaje estaba la figura de un gran baterista. ¿Y qué banda no quisiera tener un Animal o un Verrel en sus filas? Suerte la de Henson y Los Muppets que pudieron lograrlo. Han pasado tantos años y aun me divierte ver esos episodios.

Nos vemos pronto, mientras tanto sigo aquí, sentado sobre una corchea.